Imagina que atraviesas un parque con extrema rapidez, tienes que ir por tu coche que lo dejaste a una cuadra, vas corriendo, se te hizo tarde para llegar al trabajo, tenías una reunión, no has comido, ha sido un día duro… de repente te encuentras con tu pequeño “yo”, ¡sí! tenías unos 7 años y no pensabas en lo que ibas a comer o vestir, sólo vivías intensamente el día a día. ¿Qué hace sentado en ese banco?

Te acercas, lo ves frente a frente, te asombra, levanta su mirada, te mira… ¡eres tú! Quiere decirte algo… no te atreves a hablarle, esperas a que te hable… te sientas a su lado, sus manos sobre sus piernas y su mirada a lo lejos. Agitas la cabeza de un lugar a otro, ¿lo estarán mirando los demás? ¿es un espejismo? ¿me estoy volviendo loco? -te preguntas una y otra vez- El niño te dice: “hola”, sientes que te dará un infarto, estás nervioso; continúa: “sólo quiero que me veas jugar”; toma la pelota que tenía a su lado y empieza a correr de un lugar a otro dándole patadas, sonríe, pasa tiempo pero no te cansas de verlo, está feliz, baja por los toboganes, juega con la arena… pero su sonrisa se desvaneció al acercarse nuevamente a ti, se sienta a tu lado, te pregunta: “¿Cuándo pusieron la regla de estudiar hasta adulto y trabajar para siempre? ¿Por qué se inventaron la palabra: “sé realista”? ¿Quién puso precio a mis sueños?, ¿En qué momento dejé de ser feliz?» Y cuando al parecer, se deslizarían lágrimas por sus mejillas, pasó su pequeña mano por el rostro y preguntó: “¿Qué tengo que hacer para seguir siendo libre y feliz cuando sea como tú?” Te sorprenden sus palabras, no puedes contener el llanto, al cerrar los ojos húmedos y volverlos abrir te das cuenta de que ya no está, se ha ido, pero… ¿a dónde? Sonríes… se ha ido, pero te ha dejado algo, unas increíbles ganas de vivir.

Autora: Yoarly MC

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