Día 8

Cierto día, llamó mi atención la inscripción de un billete dominicano, decía algo así: “este billete es solvente para pagar toda deuda (obligación) pública o privada”.

Esa inscripción me sorprendió mucho porque nunca me había detenido a leerla y de inmediato me llevó a reflexionar sobre mi condición como pecador. Me llegaron a la mente todos mis pecados; pecados sucios, pecados que producen mal olor delante del eterno, pecados que en su momento me apartaron de su presencia pura, bella, limpia y de infinita plenitud.

Me llegó a la memoria su santidad que se desgrana en su nobleza infinita, su amor incomparable, su verdad incorruptible…

Sin duda alguna, la humanidad entera es culpable de muerte. La justicia divina nos condena porque verdaderamente somos pecadores y mientras más limpios nos sentimos, más sucios nos encontramos…  Sólo aquel que se acerca a la luz impenetrable del Altísimo, logra abrir sus ojos para ver las manchas de su vestidura.

Vestiduras que a los ojos de todo hombre y mujer parecen perfectas como: la moral, el prestigio, el éxito y muchas otras, se desvanecen ante el escrutinio perfecto de la santa luz del creador.

A la enfermedad del pecado no le importa tu estatus social ni tu raza, entró por un hombre y a partir de allí todos somos pecadores. Tampoco le importa tu grado de educación, esa no es medicina que al pecado le valga, al contrario, a veces mientras más educación, surgen pecados más elaborados y horrendos. No le importan los sacrificios, es más, muchos también son pecaminosos.

Con todo esto, la enfermedad del pecado pareciere no tener cura, hasta hace poco no había solución ni salvación, sin embargo, semejante a como podemos leer en el billete dominicano, la sangre de Jesucristo es solvente para pagar toda deuda…

No importa lo sucio que sea tu pecado, lo profundo, lo aborrecible, lo intolerable; el sacrificio que hizo Jesús en la cruz tiene mayor peso que todos los pecados de la humanidad juntos… Su sacrificio no puede ser entendido por la mente, no puede ser expresado con palabras, su sacrificio trasciende la materia, el cosmos e incluso a los mismos seres superiores espirituales.

Así que hoy te exhorto, si te sientes enfermo de pecado, clama la sangre del Señor Jesús; si te sientes inmundo, clama la sangre del Señor Jesús; si te sientes como un gusano, te aborreces a ti mismo, tu vida es una basura; implora sobre tu vida la sangre del Señor Jesús, y si te sientes muy “limpio”, muy fino, muy agraciado… dobla tus rodillas, pide perdón y dale gracias a la sangre del Señor Jesús.

No importa en la condición que te encuentres, si no conoces al Señor o si asistes a la iglesia desde hace treinta años; clama la sangre del Señor Jesús, acoge el nuevo pacto, vive los principios de su reino y adora su Nombre.

 “Pero si andamos en luz como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros y la sangre de Jesucristo su hijo nos limpia de todo pecado”. 1 de Juan 1:7

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