Día 4

El sólo hecho de que la vestimenta del creyente sea llamada “armadura de Dios” invoca en nuestro pensamiento su importancia, su valor y la protección que tenemos si la utilizamos.

En Efesios 6:10, el apóstol Pablo describe dicha vestimenta, la cual alude a la armadura de un soldado romano e inicia recordándonos que nuestra lucha no es contra seres humanos sino contra los gobernadores de las tinieblas; por eso, nos manda a estar firmes, ceñidos nuestros lomos con la verdad.

La verdad, es la primera pieza porque nos define como hijos de Dios. La verdad nos posiciona, define en qué bando estamos y a cuál sistema de gobierno nos acogemos.

Con el cinturón puesto, Pablo continúa describiendo la coraza de Justicia, la cual protege todos los órganos vitales del tórax y el abdomen. La coraza de justicia nos guarda del pecado. La justicia evita que todo lo que nos hace funcionales como hijos de Dios, se pudra por las heridas del pecado.

El casco o yelmo de la salvación; La palabra de Dios dice: “el gozo de la salvación es nuestra fortaleza”. Cuando no estamos seguros de nuestra salvación y sentimos culpa, se debilitan nuestras fuerzas espirituales, nos sentimos indignos delante de Dios e incapaces de resistir las acusaciones del enemigo, pero con el casco de la salvación en nuestra cabeza siempre tendremos una actitud de victoria, recordamos que es Jesucristo quien nos justifica delante del Padre y el único capaz a través de su sangre de hacernos dignos de su gracia.

El escudo de la Fe; me llama la atención que el apóstol Pablo dice “y sobre todo” tomad el escudo de la fe. La fe en el hijo de Dios es un poder, un escudo, con él podemos apagar los dardos de fuego del maligno, dardos de preocupaciones, de ansiedades, dardos que quieren robarnos la paz y hacernos dudar de la bondad de Dios.

La espada del Espíritu, la Palabra. Nuestro Señor Jesús, cuando fue tentado en el desierto, no tuvo un encuentro pasivo con el enemigo, sino una batalla en la cual utilizó la espada del Espíritu citando la palabra. Por tanto, en todas nuestras luchas debemos recordar que nuestra arma de ataque es la palabra de Dios, no la nuestra…

El calzado del evangelio de la paz. Pablo nos recuerda con este simbolismo, que a donde quiera que vayamos, no importa a donde nos movamos, debemos dejar la huella del evangelio en todos los terrenos que pisemos.

Por último, el apóstol Pablo nos exhorta a la oración. La oración es como el aceite para nuestra armadura cuando quiere oxidarse por el contacto del ambiente ya que estamos en el mundo; el aceite de la oración cubre nuestra armadura de una capa protectora y permite que fluya en todas sus partes la vida y el poder del Espíritu Santo.

Compartir: