Día 45

Cuenta una historia que un hombre fue condenado a muerte. El día que iba a ser decapitado el rey se presentó al acto para confirmar el cumplimiento de la sentencia.

El rey le preguntó al reo si tenía algo que pedir como su última voluntad antes de morir. Todo lo que el reo pidió fue un vaso con agua. Al rey le pareció un deseo fácil de conceder y pidió que le dieran el agua.

El reo tomó el vaso pero temblaba tanto que no pudo acercar el agua a sus labios. Entonces el rey le dijo:

Tranquilízate, te doy mi palabra de que nada te sucederá hasta que hayas terminado de beber esa agua.

El hombre confió en la palabra del rey y arrojó el vaso al suelo. Inmediatamente el agua se derramó y se consumió en el polvo y nadie pudo recogerla. El rey se vio obligado a cumplir su palabra y así aquel reo se salvó de la muerte.

La Biblia dice en Juan 4:13-14 «Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna. 

Al igual que el reo de la historia, tú y yo estábamos condenados a muerte como pago por nuestros pecados. Fuimos llamados hijos de Dios cuando aceptamos al Señor y tomamos de esa agua. No un vaso de agua como el de la historia, sino el Agua de Vida que Jesús nos ofrece.

La salvación está al alcance de todos, gratuitamente, mediante la fe en Jesús. Únicamente debemos creer en la Palabra de Dios y aceptar el regalo maravilloso que el Señor nos ofrece. El Rey de reyes nos ha dado su palabra de que viviremos con Él, para siempre, si creemos y aceptamos su salvación. No hay por qué dudar, su Palabra es fiel y Él cumple sus promesas. Promete que si bebieres del agua que Él te ofrece, no tendrás sed jamás.

Extracto de: Huellas Divinas

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