Día 42

En una vieja casa en las afueras de la ciudad, una familia disfrutaba de su cena en un ambiente de paz y armonía.  De repente, vieron como una llamarada de fuego se extendía rápidamente por toda la casa.

Todos lograron escapar a excepción del hijo más pequeño, quien había quedado atrapado en el tercer piso. Las ardientes llamas habían terminado de consumir las escaleras, sólo era cuestión de minutos para que todo quedara hecho cenizas.

El padre, desesperado, se acercó a la ventana que daba a la habitación del pequeño y comenzó a gritarle: «¡Hijo, hijoooo!«

Por el humo, el niño no podía ver nada, pero guiándose por la voz de su padre se acercó a la ventana y gritó: «¡Ayúdame, papá, ¿cómo puedo escapar?!«

“Aquí estoy”, – respondió el padre – «Déjate caer y yo te recibiré en mis brazos”.

El niño, atemorizado, quedó inmóvil aferrado a la columna, su padre gritaba: «¡Por favor, suéltate y déjate caer!«

El niño contestó: “¡Es que no puedo verte!”.

“Pero yo sí te veo, aquí estoy, ten confianza, suéltate, que yo te agarraré” gritó su padre. Pero el niño con voz temblorosa sólo decía: “¡Tengo miedo!”

Entonces el niño, sabiendo que le urgía tomar una decisión, recordó las veces que se sintió seguro en los brazos de su padre, recobró la confianza y se dejó caer. Al instante estaba sano y salvo.

«El día que temo, yo en ti confío». Salmos 56:3

En ocasiones, estamos tan angustiados ante lo que está frente a nuestros ojos que olvidamos que, Aquel que todo lo puede, permanece fiel y nos ayuda cuando lo necesitamos. ¿A qué nos aferramos? ¿Qué carga llevamos que no nos permite acercarnos a Dios? ¿Cuál es el humo que nubla nuestra visión? El Señor está ahí, esperando que descanses en Él y, cuando veas que no puedes más, sepas que en sus brazos estarás seguro(a). ¿Es necesario que el fuego te toque para que decidas saltar? El salto en sí, aunque difícil y angustioso, no se compara con la felicidad y paz que produce estar en los brazos de nuestro Padre celestial.

Aunque mis ojos no te puedan ver, en ti confía mi alma.

«Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve». Hebreos 11:1

Oremos por las personas que necesitan saltar y recibir el abrazo de su creador

Compartir: