Cuando eras niño, te hicieron creer que ponerte los tacones de mamá y sentir tus piececitos bailar era algo prohibido, que si anhelabas sentirte bello como tu madre al maquillar sus mejillas, estabas fuera de lo recto y lo correcto.

Te hicieron creer que no podías llorar, que eso mostraba una debilidad que no debías permitirte, que tus sentimientos no debían ser mostrados.

Te hicieron creer que no podías recibir rosas, que los detalles hermosos te correspondía a ti hacerlos, que debías conformarte con lo simple, con poco o nada.

Te hicieron creer que debías tener una alta estatura, que de lo contrario no tendrías “presencia”, que no te ganarías el respeto de la gente, que serías la burla de otros hombres y el desprecio de las mujeres.

Te despojaron del color rosa adjudicándolo a las chicas, te hicieron creer que tu color era el azul y que debías adecuarte siempre a lo que representara “masculinidad”.

Te hicieron creer que no podrías ser fiel, que no era una característica de tu género, que siempre tenías que demostrar tu hombría y que el conteo se calculaba con las muchas mujeres.

Te hicieron creer que el 100% era tu mínimo, que el cansancio no se hizo para ti, que fuiste hecho para trabajar, que debías ser fuerte todo el tiempo.

Y en ese vaivén de creencias, te hicieron creer que tenías un precio, que tus valores podían ser negociados, olvidando por completo que lo sabes todo, que si influyó en un tiempo ya es pasado, que nunca fue tu verdad, que fue sólo «hacerte creer», y nada más.

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