Vivimos tiempos en la sociedad actual, donde existen más recursos y oportunidades que antes. Muchos escuchamos las historias de la abuelita que lavaba la ropa en el río, la dificultad que era llegar a la escuela debido a la distancia, el problema de la energía eléctrica (nula o inservible) e innumerables situaciones que antes, un antes que ahora vemos muy lejano, ocurrían.

¿Por qué mencionar esto? Pues bien, con el pasar de los años los avances han facilitado las cosas y tal parece que cada generación “vive mejor”, o al menos, así se entiende. Nuestros hijos pueden tener todo, o casi todo, lo que nosotros no pudimos tener.

Recuerdo en una ocasión a una madre hablar orgullosa de su hijo, un gran estudiante de piano, inscrito en clases de natación y los sábados en pintura. El hijo de un amigo, iniciando clases de futbol; una gran cantidad de niños que al salir de la escuela tienen la responsabilidad de las famosas extraescolares, apenas llegan a casa toca la cena, la ducha y a dormir que mañana hay cosas por hacer; toda esta carga en los hombros de niños, en algunos casos, desde los 2 años, que antes de jugar, vivir su etapa y disfrutar de su familia, tienen en la frente la etiqueta: “Mi hijo(a), el cumplimiento de las metas que nunca logré”. Y es que detrás del gran estudiante de piano, está la madre que no tuvo los recursos económicos cuando pequeña para aprender su instrumento favorito; detrás de niño que inició futbol, está el padre que no contaba con las condiciones físicas para correr; detrás de un niño sobrecargado de actividades, de responsabilidades no aptas para su edad, se encuentra el niño triste, débil e infeliz.

Cabe resaltar que esto no ocurre en todos los casos, dependiendo la edad, algunos niños piden a sus padres estar inscritos en tal o cual actividad, son muy activos y esto se convierte en recursos para explotar su inteligencia y creatividad, a lo que nos referimos exactamente, es al porcentaje de niños que no quisieron estudiar dibujo, que querían dormir más los sábados en la mañana, que deseaban correr en el parque y sentirse volar como aves al deslizarse por el tobogán; a esos niños que se convirtieron en adultos y tuvieron que estudiar una carrera universitaria por cuatro años, para luego, estudiar lo que realmente les gustaba sólo por complacer a sus padres…

Nuestros hijos, no son el regalo perfecto para cumplir las metas que nunca alcanzamos, no son el espejo que refleja nuestros propios deseos; son la descendencia que debemos cuidar, guiar, respetar y valorar, siendo de ayuda en su proceso de crecimiento, de manera que por ellos mismos desarrollen la identidad que les hará identificar, trabajar y luchar por sus sueños, suyos y de nadie más.

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